La actual crisis diplomática entre Francia y Argelia es una prueba clara de ello. Incluso Benjamin Stora, un observador agudo de las tumultuosas relaciones entre ambos países, lo ha subrayado recientemente: esta crisis es la más grave desde la nacionalización de los hidrocarburos en 1972. Un diagnóstico alarmante, pero poco sorprendente, dado que la actitud de Francia roza la arrogancia y el desprecio por los intereses vitales de Argelia.
Más allá de las cortesías diplomáticas y las promesas vacías, una verdad se impone: París ha traicionado sus compromisos de 2022. Y es precisamente esta duplicidad la que hace ilusorio cualquier retorno al marco anterior. ¿Cómo puede Jean-Noël Barrot imaginar seriamente que Argelia respetará la hoja de ruta de 2022 cuando la propia Francia ha violado sus compromisos fundamentales? Uno de estos compromisos era claro: no atentar jamás contra los intereses estratégicos y vitales de Argelia. Hoy, es evidente que este compromiso ha sido pisoteado sin vacilación.
Sáhara Occidental: una línea roja infranqueable
La cuestión del Sáhara Occidental es un ejemplo flagrante de esta violación. La declaración de Jean-Noël Barrot de que este asunto no concierne a Argelia es un insulto a la inteligencia y una negación de la realidad. ¿Cómo puede afirmar que este conflicto no afecta a Argelia cuando cientos de miles de refugiados saharauis viven en nuestro territorio? ¿Cómo ignorar que el desenlace de esta disputa podría tener consecuencias directas sobre la estabilidad interna de Argelia?
El Sáhara Occidental no es solo un tema diplomático lejano; es una cuestión de seguridad nacional. Permitir que Marruecos imponga un hecho consumado, con la bendición tácita de Francia, equivale a abrir la puerta a reivindicaciones territoriales marroquíes sobre las provincias argelinas de Tinduf y Béchar. La historia nos enseña que el expansionismo nunca se detiene donde comienza. Hoy es el Sáhara Occidental. ¿Y mañana?
Al apoyar a Marruecos en contra del derecho internacional, Francia no solo ignora a Argelia, sino que envía un mensaje de desafío y provocación. Aceptar esta política significa aceptar la desestabilización de una región ya frágil y, lo que es aún más grave, hacerse cómplice de un peligroso precedente geopolítico.
Argelia no cederá, cueste lo que cueste
Argelia siempre ha defendido sus intereses con firmeza y coherencia. Lo demostramos con España, que, tras adoptar una posición hostil sobre el Sáhara Occidental, se vio obligada a reconsiderarla debido a la firmeza de Argelia. Si Francia persiste en este camino, enfrentará el mismo desenlace.
Seamos claros: mientras Francia no reconsidere su posición sobre el Sáhara Occidental, no habrá vuelta a la normalidad. Las relaciones franco-argelinas seguirán congeladas, y cualquier intento de diálogo estará condenado al fracaso. Argelia tiene principios, tiene intereses y los defenderá a cualquier costo.
Francia debe comprender una cosa esencial: la era del paternalismo y los diktats ha terminado. Argelia ya no es un estado vasallo que pueda ser manipulado para servir a los intereses del Elíseo. Es una potencia regional que sabe dónde están sus intereses y no tolerará ninguna violación de su soberanía.
París debe tomar una decisión: persistir en su ceguera estratégica y ver cómo sus relaciones con Argel se deterioran irreversiblemente, o ajustar su postura antes de que sea demasiado tarde.
Argelia, por su parte, ya ha hecho su elección.
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