En Nueva York, donde los pasillos de las Naciones Unidas se convierten en un escenario en el que las palabras pesan tanto como el oro, destacan dos figuras magrebíes que representan enfoques radicalmente distintos de la diplomacia: Omar Hilale, representante permanente de Marruecos, y Amar Bendjama, embajador y representante permanente de Argelia. El contraste entre ambos va mucho más allá de una simple rivalidad personal; revela una profunda divergencia en la filosofía del Estado y en el papel que una nación debe desempeñar en el escenario internacional.
La diplomacia del ruido: Omar Hilale
Durante más de una década, Omar Hilale construyó su presencia sobre un estilo combativo y estridente. Se hizo conocido por declaraciones incendiarias dirigidas especialmente contra Argelia, con el objetivo de mantener la cuestión del Sáhara Occidental en el centro de la atención mundial. Tanto en la Asamblea General como en el Consejo de Seguridad, no dudó en lanzar pronunciamientos provocadores: críticas a la Unión Africana, cuestionamientos a las resoluciones que respaldan el derecho a la autodeterminación e incluso ataques a los esfuerzos de mediación argelinos en Libia y el Sahel.
Sin embargo, esta estrategia —basada en reacciones rápidas y provocaciones calculadas— no logró ofrecer una visión constructiva. A menudo parecía destinada más a llenar el espacio mediático que a proponer soluciones duraderas. Con el tiempo, la eficacia de este método se ha desvanecido y la influencia de Hilale en el ámbito de la ONU se ha ido reduciendo de manera gradual.
La diplomacia de la argumentación y la calma: Amar Bendjama
En marcado contraste, Amar Bendjama, designado representante permanente de Argelia en 2023, encarna una diplomacia mesurada y con principios sólidos. Gracias a su amplia experiencia en asuntos políticos y a su profundo conocimiento del multilateralismo, ha devuelto a la voz argelina un peso renovado y respetado.
Desde sus primeras intervenciones dejó una huella clara: defensa firme de los derechos del pueblo palestino durante las sesiones de emergencia del Consejo de Seguridad, llamados a una reforma estructural de las Naciones Unidas que otorgue mayor representación a los países en desarrollo, y apoyo activo a los procesos de paz en Libia y Malí.
Sus intervenciones, que combinan precisión jurídica y coherencia moral, han recibido amplio reconocimiento, incluso de diplomáticos europeos tradicionalmente cautelosos con las posiciones de Argelia. En octubre de 2024, su discurso a favor de la plena membresía de Palestina en la ONU fue acogido con elogios notables, al articular con claridad los principios del derecho internacional y la responsabilidad ética.
Dos visiones de la soberanía
Este contraste trasciende a las personalidades para reflejar dos enfoques distintos de la soberanía:
- Argelia, a través de Bendjama, apuesta por el respeto al derecho internacional, el no alineamiento y la coherencia de los principios, defendiendo la independencia de sus decisiones y el apoyo a las causas de liberación justas.
- Marruecos, a través de Hilale, recurre a una diplomacia performativa y a alianzas oportunistas, dominadas por la prioridad de controlar el relato sobre el Sáhara Occidental.
Un cambio de influencia
Hoy, el silencio relativo de Omar Hilale frente al ascenso de Amar Bendjama no es un simple detalle: simboliza una transformación más profunda. La diplomacia argelina, serena, metódica y con principios firmes, gana espacio allí donde antes predominaba la presencia ruidosa de Marruecos.
En las sesiones del Consejo de Seguridad, las intervenciones de Bendjama son citadas con frecuencia en los borradores de resoluciones y encuentran un eco amplio, mientras que las de Hilale tienen cada vez menos impacto. Esta evolución confirma una verdad esencial: la credibilidad internacional no se construye con estridencias, sino con coherencia de principios y compromiso sostenido.
Por Belgacem Merbah
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