La reciente declaración según la cual Steve Witkoff, enviado especial estadounidense nombrado por Donald Trump, buscaría “poner fin a la crisis diplomática entre Argelia y Marruecos”, ha suscitado numerosas reacciones e interrogantes. Según sus propias palabras, espera alcanzar un “acuerdo de paz” entre ambos países en los próximos dos meses, mientras afirma estar involucrado simultáneamente en negociaciones entre Irán y Estados Unidos.
Pero esta formulación —“acuerdo de paz”— plantea una cuestión fundamental: ¿de qué guerra se está hablando?
Una lectura errónea de la situación
Argelia y Marruecos no están en guerra. No existe conflicto armado ni enfrentamiento directo entre ambos Estados. Lo que los separa es una profunda crisis política, nacida de posturas irreconciliables sobre cuestiones de soberanía, seguridad regional y respeto mutuo.
Reducir esta complejidad a un simple “desacuerdo” que podría resolverse mediante una mediación circunstancial revela una incomprensión de la naturaleza del diferendo, o bien una tentativa deliberada de colocar a ambos países en un mismo plano moral y diplomático, algo que Argelia rechaza categóricamente.
La posición argelina es clara y constante
Las condiciones para una normalización con Marruecos son conocidas y fueron reafirmadas con firmeza por el ministro de Asuntos Exteriores, Ramtane Lamamra, durante el anuncio de la ruptura de relaciones diplomáticas el 24 de agosto de 2021.
Ese día, Lamamra expuso, en nombre del Estado argelino, una serie de agravios concretos:
- Hostilidad permanente y conspiraciones contra Argelia: Rabat apoya activamente organizaciones separatistas (MAK, Rachad) y orquesta campañas de desestabilización dirigidas a fracturar la unidad nacional argelina.
- Espionaje estatal: El caso Pegasus reveló una vigilancia masiva de responsables argelinos mediante herramientas israelíes proporcionadas a Marruecos. Una violación directa de la soberanía nacional.
- Alianza estratégica con el enemigo sionista: En 2020, Rabat normalizó sus relaciones con Israel bajo mediación estadounidense, a cambio de un apoyo ilegal a sus pretensiones sobre el Sáhara Occidental. Esta colusión coloca a una potencia hostil en las puertas de Argelia.
- Expansionismo institucionalizado: La doctrina del “Gran Marruecos”, inscrita en la Constitución y enseñada en las escuelas, busca anexar territorios argelinos y saharianos. No es una opinión: es una política de Estado.
- Ocupación ilegal y crímenes en el Sáhara Occidental: Desde 1975, Marruecos viola el derecho internacional al ocupar un territorio no autónomo, reprimiendo a los saharauis y empujándolos al exilio.
- Falsas acusaciones tras el atentado de Marrakech en 1994: Rabat acusó falsamente a Argelia, hostigó a sus ciudadanos y provocó el cierre de fronteras.
- Colusión con el terrorismo: Rabat ofreció refugio a líderes del GIA durante la década negra y continúa financiando redes subversivas.
- Guerra mediática y cognitiva: Medios y ejércitos digitales marroquíes difunden propaganda de odio y desinformación sistemática contra Argelia.
- Guerra narcótica y saqueo cultural: Marruecos inunda Argelia de cannabis para financiar redes criminales y terroristas, mientras intenta falsificar la historia y apropiarse del patrimonio argelino.
Lamamra fue explícito:
“Argelia rechaza toda relación basada en la agresión, la duplicidad y la violación del derecho internacional.”
Ninguna mediación externa puede ignorar esta realidad
Por lo tanto, ninguna iniciativa diplomática —sea estadounidense, catarí u otra— puede pretender “reconciliar” a ambos países sin que Marruecos renuncie a estas políticas hostiles y respete los fundamentos del derecho internacional.
La sombra de Kushner y el precedente del “acuerdo del siglo”
La implicación de Jared Kushner, artífice de la normalización entre Marruecos e Israel en 2020, también genera legítimas inquietudes.
Kushner y Witkoff, ambos provenientes del sector inmobiliario, abordan la diplomacia como una transacción, una “negociación de acuerdos”, donde todo se reduce a concesiones mutuas. Esta lógica, que pudo funcionar en un contexto muy particular de Oriente Medio, no se aplica a la relación argelino-marroquí.
Argelia no negocia su soberanía, no “vende” sus principios y no busca arreglos cosméticos para agradar a Washington o Tel Aviv.
Una mediación sin objeto
Hablar de un “acuerdo de paz” distorsiona la naturaleza del conflicto.
Argelia no está en guerra, pero mantiene un desacuerdo político y moral profundo con un vecino que ha optado por aliarse con potencias extranjeras hostiles a la estabilidad regional.
La ruptura diplomática decidida en 2021 no fue un gesto impulsivo, sino un acto de soberanía, conforme a la tradición diplomática argelina basada en la no injerencia, el respeto de las fronteras heredadas de la colonización y la defensa incondicional del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos, en este caso del pueblo saharaui.
Conclusión: no hay paz sin respeto
Lo que algunos llaman “mediación” solo tiene sentido si se basa en el respeto de los principios fundamentales. Argelia nunca ha sido un país belicista, pero tampoco acepta que se banalicen las agresiones diplomáticas y de seguridad que sufre.
Antes de hablar de “paz”, hay que hablar de verdad. Y la verdad es que la pelota está en el tejado de Marruecos: que cese sus maniobras hostiles, respete las resoluciones de la ONU sobre el Sáhara Occidental y renuncie a su política de provocación.
Entonces, y solo entonces, podría contemplarse una normalización —no bajo la forma de un “acuerdo de paz”, sino como un retorno a la normalidad basado en el derecho, la sinceridad y la soberanía.
Por Belgacem Merbah
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