La ecuación ilusoria: el Sáhara Occidental, el MAK y el irreparable error estratégico de Marruecos ante la memoria viva del Rif
El Sáhara Occidental: causa justa e inalienable, no instrumento diplomático
El MAK: quimera sin fundamento frente a la Cabilia, corazón palpitante de la Argelia una e indivisible
La asimetría se vuelve palmaria al evocar la Cabilia. A diferencia del Rif, esta región amazigh nunca conoció una existencia separada del conjunto argelino. Desde las épocas otomana y francesa hasta la guerra de liberación nacional, fue el corazón vibrante de la resistencia y de la identidad de Argelia. Sus aspiraciones—legítimamente culturales y regionalistas—se inscriben en la unidad indivisible de la Nación, sin haber portado jamás una legitimidad secesionista. La Cabilia es Argelia, y Argelia es la Cabilia: una verdad histórica imposible de quebrar.
Cruzar la línea roja: la audacia marroquí y la respuesta argelina, medida pero implacable
Al brindar apoyo político y mediático al MAK, Marruecos rompió deliberadamente un pacto tácito magrebí: no explotar las fisuras internas de los Estados vecinos. No fue una decisión impuesta ni defensiva; fue asumida, pero fundada en una valoración errónea de sus efectos. Ello obligó a Argelia—fiel a su tradición de contención estratégica—a una respuesta disuasoria recíproca de fría elegancia. La apertura de una oficina de representación de la República del Rif en suelo argelino constituye un mensaje cristalino: quien convierte las identidades en armas geopolíticas abre abismos cuya hondura ya no controla. He ahí la capacidad de réplica argelina: sutil pero decisiva, explotando una vulnerabilidad que el propio adversario puso en evidencia.
El Rif: tierra rebelde, república olvidada, memoria inextinguible
El Rif, fortaleza montañosa amazigh del norte de Marruecos, porta una historia de independencia feroz. Clasificado antaño entre las bilād al‑sība—tierras donde la autoridad de los sultanes alauíes era meramente nominal—, nunca conoció sumisión efectiva al Majzén. Sus tribus, organizadas en asambleas consuetudinarias, desafiaron imperios y colonizadores con constancia legendaria.
Muhammad ibn Abd el‑Karim al‑Jattabi (1882) encarnó este destino. Tras una formación brillante, pasó de la colaboración inicial con el ocupante español a la rebelión total ante los abusos coloniales. Unificando a las tribus, asestó el golpe decisivo en Annual (1921), humillando al ejército español y abriendo la vía para proclamar la República Confederada de las Tribus del Rif. Aquella república pionera—primera entidad nacida de una guerra de liberación en África en el siglo XX—se dotó de instituciones modernas: gobierno, ejército disciplinado, moneda y una justicia reformada. No nació contra un Marruecos mítico, sino fuera de toda lealtad histórica al trono alauí, en un espacio sin dominación efectiva.
Aplastada en 1926 por una coalición franco‑española que recurrió a armas químicas infames—gas mostaza sobre aldeas y civiles—, la república rifañ se aniquiló militarmente y fue luego anexionada administrativamente por Francia al naciente protectorado marroquí. La independencia de 1956 heredó así fronteras coloniales, no una continuidad soberana ancestral. Las sublevaciones rifañas de 1958–1959, reprimidas con sangre, las de 1984 y el Hirak de 2016–2017 testimonian una memoria viva y un sentimiento de exclusión jamás apaciguado. Al‑Jattabi—cuya herencia inspiró a Hồ Chí Minh y Che Guevara—suele ser distorsionado en el relato oficial marroquí, que oculta su proyecto republicano para reducirlo a mero resistente anticolonial.
Esta historia confiere al Rif una legitimidad independentista singular, anclada en una soberanía ejercida en el pasado—legitimidad que la Cabilia, integrada desde siempre en Argelia, no puede reivindicar. Es esta disimetría profunda la que Argelia, con serena maestría, pone de relieve.
La trampa fatal: legitimar lo inaceptable
Al patrocinar al MAK, Marruecos ha validado imprudentemente una lógica de fragmentación identitaria y territorial que decía aborrecer. Reabrió un expediente histórico que le convenía mantener sellado, entregando a Argelia un precedente irrefutable y un argumento de principio de formidable potencia. No fue Argel que internacionalizó las fracturas marroquíes; fue Rabat quien institucionalizó la guerra de identidades, creyendo ingenuamente dominar sus llamas.
Ese error no debilita a Argelia—cuya unidad y resiliencia se templaron en la prueba—, sino los propios cimientos del discurso soberano marroquí, sacudidos por el retorno de sombras que él mismo despertó.
Conclusión: puertas que la Historia no se atreve a cerrar
El compromiso argelino con el pueblo saharaui es constante, ajustado a derecho y coherente con nuestra historia de lucha contra la opresión colonial. El apoyo marroquí al MAK, en cambio, constituye un error estratégico de alcance histórico: una ruptura con la razón política, una apuesta perdida cuyas consecuencias atormentarán al Magreb durante largo tiempo.
Al despertar la memoria del Rif—tierra que puede, más que ninguna otra, reivindicar una independencia legítima allí donde la Cabilia sigue siendo el corazón inseparable de Argelia—, Argelia recuerda, con firmeza tranquila, que nadie puede amenazar su integridad sin pagar el precio. Porque, en las relaciones entre naciones, hay puertas que, una vez entreabiertas por la imprudencia, se abren de par en par al soplo de la Historia—y ya no vuelven a cerrarse.
Por Belgacem Merbah
Comentarios
Publicar un comentario